Una noche de lamentos en Cuemanco

Cuando menos lo pensaban, llegaron ellos. Ésos que como bien lo dijo José Emilio Pacheco en su “Crónica de Indias”

 

Año 1521. Los habitantes de la Gran Tenochtitlan se encontraban en sus actividades habituales: cosechaban, danzaban, nadaban, convivían, comían, bailaba, recitaban, cazaban… en ese orden; desordenado para muchos. Para ellos no había estamentos más que la adoración a la naturaleza y la ofrenda de sus vidas, bajo condiciones perfectamente establecidas.

Cuando menos lo pensaban, llegaron ellos. Ésos que como bien lo dijo José Emilio Pacheco en su “Crónica de Indias”:

Después de mucho navegar por el oscuro océano amenazante
encontramos
tierras bullentes en metales, ciudades
que la imaginación nunca ha descrito, riquezas,
hombres sin arcabuces ni caballos.

Con objeto de propagar la fe
y quitarlos de su inhumana vida salvaje,
arrasamos los templos, dimos muerte
a cuanto natural se nos opuso.

Para evitarles tentaciones
confiscamos su oro;
para hacerlos humildes
los marcamos a fuego y aherrojamos.

Dios bendiga esta empresa
hecha en su nombre.

Bajo ese motivo, combatieron a quien más pudieron. Se apropiaron de lo que en sus manos estaba. Uno de ellos el capitán Alonso de Ordáz, bajo esa picaresca ambición y sentimiento de posesión, preñó a Nahui, la hija del último gran Tlatoani Apochquiyauhtzin.

Meses después, se llevó a cabo la ceremonia del Templo Mayor. Aquellos conquistadores decidieron boicotear el evento con la máxima matanza. Se apoderaron, entonces, de todo.

Al darse cuenta de esto, Nahui decidió quitarse la vida. Pero primero al fruto de aquella violentada concepción.

Desde entonces, aquellas muertes se cantan la una a la otra por todas las calles de aquella población. Ésa donde la amargura, tristeza, decepción y odio, hacen eco en la frase más melancólica que cualquiera podría escuchar: “ayyyyy… mi hijo…”.

Bajo ese guion, más una exquisita musicalización, emanada de puros instrumentos naturales como una concha de tortuga, y frente a un espectador separado por el agua de aquel histórico Xochimilco, se lleva a cabo la 23 representación de La Llorona, una obra que ha iniciado una serie de representaciones y que estará hasta el 20 de noviembre en el embarcadero de Cuemanco.

Sin duda alguna, un excelente pretexto para recordar un poco de lo que verdaderamente pasó, con una mezcla de mito y leyenda que jamás estarán distantes de nuestro legado cultural.

 

Para fechas y horarios, consultar la página del evento.

Inicio del recorrido. Foto: César Gabriel

Inicio del recorrido. Foto: César Gabriel

La Llorona de Cuemanco
Adentrándonos a la historia. Foto: César Gabriel

Adentrándonos a la historia. Foto: César Gabriel

Se empieza a vislumbrar el epicentro de la masacre. Foto: César Gabriel

Se empieza a vislumbrar el epicentro de la masacre. Foto: César Gabriel

Así luce la chinampa protagonista de la noche. Foto: César Gabriel

Así luce la chinampa protagonista de la noche. Foto: César Gabriel

Ellos son los que hacen posible todo. Foto: César Gabriel

Ellos son los que hacen posible todo. Foto: César Gabriel

Al centro la protagonista de la historia. Foto: César Gabriel

Al centro la protagonista de la historia. Foto: César Gabriel

Interacción